K42 Villa La Angostura - Breve crónica de un novato
El 16 de noviembre tuve el privilegio de participar en esta carrera, final
del circuito Salomon.
Era el día previo a mi 48º cumpleaños, por lo que el evento tomaba una
dimensión especial, siendo que hacía poco más de un año había decidido
abandonar definitivamente el vicio del cigarrillo e incursionar en el running.
Como experiencias previas relevantes contaba con 2 maratones de calle
finalizados en más de 5 horas (Rosario y Buenos Aires), y varias carreras de
montaña, la más difícil los 21k de Salomon en La Cumbrecita (3 hs 30 min.
aprox). Mi expectativa, optimista, era terminar en el orden de las 8 horas.
Los días previos, incluidos la acreditación, la charla técnica y los 15k
del viernes, fueron llevando la adrenalina a niveles impensados.
El sábado 16, Villa La Angostura -un pedacito de paraíso en la Tierra-
amaneció absolutamente brumosa, pese a que el pronóstico anunciaba un día
soleado. Desayuno livianito –café, un par de galletas- y a equiparse: zapatillas
Adidas Kanadian, medias cortas, calza larga, remera técnica y cuello provistos
por la organización, reloj Garmin con GPS y banda para frecuencia cardíaca,
gorra; mochila Salomon Agile de 17 litros, con bolsa hidrante de 2 litros,
geles, barras de cereal, pasas de uvas, 2 pares de medias extras, rompevientos,
y máquina de fotos. Como dato adicional, usé unas “polainas” cuya función era
evitar que la ceniza volcánica –aún queda bastante en el Bayo- entrara en las
zapatillas; fue un detalle útil (gracias Jorge A. Mattus!!).
A las 9hs, puntualmente, largó la carrera, a unos 100 metros del ACA, hacia
Av. Arrayanes y buscando el Cerro Belvedere, primer desafío del día. Algo
fresco, pero en manga corta se estaba bien; la bruma comenzaba a disiparse.
La trepada al Cerro, tranquila, un trekking rápido por hermosos bosques,
primera hidratación a los 5k, maravillosas vistas al lago, y seguir subiendo;
luego la bajada, rápida, por senderos rodeados de pinos, un placer para los
ojos y para el alma.
Volvimos al nivel de la Villa, y
seguimos en “llano” por un tramo de enlace donde se pudo mantener un trote
digno, pese a que las piernas ya acusaban el impacto de los primeros kms.
En un punto volvimos a senderos de montaña, que por nuevos hermosos bosques
nos llevarían hasta la base del Cerro Bayo, mejor dicho, del centro de esquí.
Fue un largo, larguísimo trecho, con permanentes subidas, agotadoras, casi
en paralelo al camino que lleva a la base, a la que llegué alrededor de las 13
hs., con unos 24 km recorridos. Y todavía faltaba lo peor: la subida al cerro!!!! 700metros de
desnivel positivo. Debo confesar que se me cruzó por la cabeza la idea de
abandonar, pero una buenas empanadas de jamón y queso, más mucha hidratación
con Gatorade, me hicieron cambiar de idea.
Recuperadas las fuerzas, comenzó la subida, otra vez por senderos boscosos.
Asperísima, durísima, agotadora, comepiernas!!! No me alcanzan los epítetos.
Con los ocasionales compañeros de ruta ascendíamos en silencio, la vista clavada
en el piso, bufando y resoplando como burros cargados, y cuando ocasionalmente
levantábamos los ojos, era para confirmar que la senda subía y subía y subía …
Francamente, la parte más dura del recorrido, un trekking demoledor.
En un momento, sin previo aviso, el bosque terminó, y apareció toda la
aridez de un nuevo paisaje. Estábamos en El Raizal, que en invierno es un fuera
de pista. Piedra, ceniza, y grandes manchones de nieve!! Y allá lejos y muy
arriba, la cumbre del Cerro Bayo, nuestro próximo gran objetivo.
La sensación del momento fue: “Ah, nooooooooo, todo eso falta???!!!”. Se
veía el camino de hormigas de los corredores que nos precedían, lejos y alto,
muy alto... el sol pegaba fuerte, el cansancio más fuerte aún.
Fue la caminata –ya ni un trekking era…- más larga de mi vida. En un
momento, sólo pensaba en seguir las huellas de quién venía adelante. Pasamos
por manchones de nieve, a veces en forma de barro, a veces casi hielo,
resbaladizos, que le agregaron a la trepada un condimento especial.
El tramo fue eterno, infinito… Era como si a cada paso le fueran agregando
un metro más. La caseta que indicaba la cima parecía nunca acercarse. Hasta
que, como todo en la vida, llegamos. 1784 msnm. Eran las 15 hs., y cerca de 30k
recorridos.
Fue un instante mágico, sublime. Estaba en la cumbre del Cerro Bayo!!! Y no
me llevó ni un helicóptero, ni un medio de elevación, sino, mis dos piernas!!!!
Cuánta satisfacción. La sonrisa de la foto lo dice todo…. Cosas increíbles de
la psiquis humana, el mal humor, el cansancio, la sequedad de labios, todo,
todo desapareció, para dar lugar a una inmensa oleada de felicidad. Si, no
exagero, en ese instante, fui plenamente feliz. Y al recordarlo, se me pianta
un lagrimón….
El paisaje, de una belleza indescriptible. El piso, roca pelada. De un
lado, cerros, piedras, nieve; del otro, el Nahuel Huapi en toda su
magnificencia, sereno, azul, hermoso. Arriba, el cielo más celeste y un sol
radiante. La maravillosa naturaleza nos regaló imágenes imborrables.
Nuevo envión anímico, “ya pasó lo peor”, y sonriente encaré el descenso….
Craso error. Ja. Stop. Danger. Los primeros metros, a 45º, ya piedras peladas,
ya nieve. Un tropezón y rodaba hasta el Lago…. Más abajo, unos metros de nieve
honda, en el que había una suerte de canaleta abierta, y se bajaba a los tumbos
o, como yo, haciendo el famoso “culipatín”. Muy divertido.
De ahí, bajar hasta “los 1500”, dónde termina uno de los medios de
elevación, y a continuación, el descenso de 700 metros de desnivel, por sendas,
senderos, huellas, cortadas, picadas, todo en zona boscosa. Durísimo. Los
isquiotibiales bramaban, las rótulas amenazaban con salir despedidas. Los
tobillos, de acá para allá. Y lo peor, los pies, que no solo “taloneaban” todo
el tiempo, sino que se deslizaban hacia adelante dentro de las zapatillas,
presionando sobre los dedos, en especial, los gordos. Hice lo que pude, cero
técnica, cero ortodoxia. Por suerte, ya no había fotógrafos!!
Y así llegamos nuevamente al tramo de enlace, con una solo frase en mente:
“Quiero llegar”. Ejercicio extraordinario de voluntad. 1, 2, 3, 4, 1, 2, 3, 4, mantras
inventados sobre la marcha para intentar mantener el ritmo.
De repente, la Av. Arrayanes. Últimos 300 metros. Sacar la poca dignidad
que quedaba, pecho ancho, rodillas arriba, y recorrer esas 3 cuadras con los
aplausos y el aliento de la gente en las veredas, la sonrisa instalada en la
cara, la vista nublada –cansancio y alguna lágrima-, y el arco de llegada. Si,
llegué, terminé. Un grito de desahogo. Y toda la alegría del mundo, que no es
sólo brasilera…
Ocho horas, veintidós minutos, treinta y tres segundos.
La mejor experiencia de mi vida. La más dura, también.
Qué aprendí? No lo tengo claro. Sólo sé que no soy el mismo que llegó a la
Villa; que los límites no existen salvo en el miedo de cada uno; que la idea se
convierte en palabra, ésta en acciones, y las acciones en resultados.
Palabras finales: agradecimiento a Jorge Mattus, compañero del querido “Monse” reencontrado 3 décadas después, que me alentó a inscribirme en el
K42, con quién compartimos algunos tramos de la carrera y un par de cervezas
luego de recuperarnos.
Impecable la organización, Diego Zerba y compañía, unos genios. Perfecta la
hidratación, la atención, los alimentos, la logística, la seguridad. Todo. La
fiesta, no sé, me dormí a las 21hs…
Maravilloso el Sur, la Villa, gente amable, amistosa. Un placer.
Volveré en el 2014? Cuándo recupere los cuádriceps, los isquios, los
gemelos, y desaparezca el “negror” de algunas uñas del pié, lo pensaré.
1 comentario:
Hola. Hermosa crónica... también estuve ahí por primera vez y me sentí identificado en muchas partes del relato.
Un abrazo
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